«Seguro la primer persona que las vio fue la señora Aurora Boreal» le dije al profesor tras entregarle mi tarea con dos imágenes recortadas de las preciadas National Geographic de mi papá y mal pegadas en mi cuaderno. Recuerdo que –amablemente– no soltó la carcajada; «Aurora —me explicó— se les llama también a los amaneceres.»
Iba en sexto de primaria; conquistadores, expedicionarios y piratas eran mi obsesión (también los vaqueros, Sherlock Holmes y pilotos de Formula1, pues, pero ahorita no vienen al cuento), por lo que me era completamente lógico que quien pusiera pie, viera o llegara primero, le ponía su nombre a lo que fuera. Y en aquel entonces yo quería ponerle nombre a algo,… o a todo. «No es que sean amaneceres como tal —siguió explicándome— sino como olas de luz en el cielo y sólo se ven de noche en lugares muy, muy al norte, de allí el apellido Boreal, que significa justo eso: muy al norte.» Y allí, aunque no me diera cuenta sino hasta muchos años después, algo en mí hizo click. Enojado por que no se pudieran ver en México, ni en Monterrey, ni en Brownsville, ni en el Norte –mis referencias geográficas a esa edad– me puse a investigar, como cualquier niño de 11 años (y medio ñoño) pudiera investigar en 1992.
Más allá de lo que veía en ese par de fotografías, poco más podía saber, pues todo lo que encontraba iba muy por encima de lo que podía entender (tormentas solares, ciclos de viento, tundra, círculo polar, eje magnético, …) y además repito: 1993; no Youtube, no Wikipedia (aunque sí Británica), no Google,… Y pues empecé a preguntar. Aunque mis papás y mis abuelos me contaron todo lo que sabían (que no era poco), al primero que interrogué fue al maestro que había dejado la tarea que me llevó a recortar esas fotos. «Para verlas, tendrás que viajar al norte de Europa o a Canadá o a Alaska, sólo allí se ven», «No son todas noches, varias cosas se tienen juntar para que se vean, como cuando llueve», «no, no te dejan ciego». Y así, con la paciencia de un gran educador, el maestro César respondió con la misma paciencia de antes, el sinnúmero de preguntas –muchas muy idiotas– del niño de 11 años que quería ponerle nombre a algo y acababa de encontrar, sin darse cuenta, la primera entrada en su bucket list. Hoy, casi 25 años después, no sé cómo agradecer esa paciencia que tanto me enseñó, en serio.
Muchos años pasaron antes de que empezara a viajar en forma y tachara, uno a uno, los propósitos del bucket list (llegar al Sur, cruzar entre dos continentes en barco, ir al Sahara, …). Pero fue hasta el 2015 que, para intentar (aún sabiendo que eran escasas las probabilidades) me lancé a Noruega, pero por cuestiones logísticas no pude viajar más al norte, donde era más probable verlas que en… Oslo. Regresando a México y pasados unos meses, Ivan Castro me invitó como asistente a su expedición por Islandia pero justo se cruzaba con la boda de otro gran amigo, por lo que acepté que tampoco sería en el 2016 que viera mi primer aurora. Pero… a mediados de octubre, José Luís (@bdebaca) subió la foto que ilustra este post e inmediatamente lo bombardée con preguntas.
Fairbanks al centro Alaska era el epicentro. Y a partir de allí, todo empezó a suceder.
A ver, ¿cuánto cuesta un vuelo a Alaska? Wait! ¿Que qué! ¡400 dólares? ¿seguro es hasta Alaska? ¿no me avientan por allí de San Diego? ¿seguro! Ok, ¡deme dos!
Originalmente planeaba ir solo a finales de diciembre y ahorrarme, como orgulloso grinch que soy, la época decembrina que tanto me caga perdiéndome en la montaña más boreal que encontrara, literal (aunque paradójicamente al lado del Polo Norte de Santa Claus, no todo se puede en esta vida). Pero César, compañero de aventuras idiotas locas desde hace ya muchos años, se anotaba al viaje si lo podíamos hacer a finales de febrero, y pues… ¡PUM!
Durante ~20 días, por tierra y aire, cubriremos la ruta: Anchorage – Tok – Fairbanks – Atigun Pass (record norte a ~68°N) – Fairbanks – Cheena – Denali Park – Anchorage … CDMX 😢.
Es posiblemente el viaje logísticamente más complicado que haya hecho: temperaturas que oscilarán entre -35° y -5°C y los 15kg de ropa de nieve que se necesitan (literal) no son poca cosa, carreteras heladas –que por la industria petrolera en la zona, se mantienen en operación todos los días del año–, hoteles a precio de 5 estrellas, cuyo gran lujo es un baño compartido en el mismo piso que la habitación –acampar está completamente fuera de discusión a estas temperaturas–, planes que sólo se podían reservar a través de agencias mexicanas operadas por imbéciles, equipo indispensable que no se consigue en México (o que cuestan U$4 y te lo quieren vender en 600MXN) y tantas otras cosas que esperemos no hayamos pasado por alto.
Y aunque las probabilidades de ver una aurora boreal son sólo buenas (35% por día), son mucho mayores que verlas desde el DF (donde son nulas). Con algo de suerte, en unos días podré tachar el primer propósito de mi bucket list habiendo estado en el punto más al norte hasta ahora en mi vida, unos 200kms adentro del Círculo Polar Ártico. Deséenos suerte.
Gracias por el préstamo de la fotografía a José Luis Ruiz [instagram flickr].
Gracias por el préstamo de equipo a Canon Mexicana.
Suerte Beco.
Lámale “Life List”. No Bucket List. Es mejor. Bucket list es pa los de la tercera edad.
Hoy precisamente hable de eso con unos amigos de tu edad que tienen su lista.
Disfruta. Seguro será un viaje inolvidable.
Un beso.
E.
Life List será a partir de ahora. De hecho he usado el “Bucket List” por no encontrar mejor nombre, porque sí: espero que aún me falten muchos años para patear la cubeta 🙂
Mil gracias, ya iré subiendo fotos 🙂
Buen viaje y mejor suerte, la estás teniendo. Espero la narración de viva voz en cuanto regrese, justo con la chelas que me debes, no se me olvidan. Muy buenas fotos, felicitarte ya me parece ocioso.