Genio y figura (6 min read)

Para Paty, Elisa, Guille, José y Beco.

No sé si ‘envidia’ es una palabra adecuada, o más aún, correcta. Pero es honestamente en gran medida lo que siento.

Que sepas, el día de tu funeral llovió desde muy temprano. Chingadamadre Pepe. Genio y figura. Preguntando si te salía más barato morir en México o en Tupátaro. ¿En serio? Lo peor de todo es que sé que sí. ¡Grande!

No nos fueron fáciles los últimos días. Lo sabes. Verte como jamás te había visto: cansado. Pero aún así ponías lo que quedaba de ti en el comentario con la anécdota, el chiste o el recuerdo. Me jodió mucho no verte mover la mano como lo hacías, ese gesto tan tuyo de levantar la mano a la altura de la cara, separando el meñique como para darle un trago al tequila, echarte un taco o dirigir una orquesta invisible.

Pero, ¿sabes? me quedo con tantas y tantas y tantas cosas.

Me quedo, y bien sabes, con esa navaja que de niño me regalaste y tanto hizo enojar a mi hermano, a quien tan bien le imitabas los enojos a sus tres años.

Me quedo con la vez que nos fuimos de cacería al bordo colorado, cuando se descompuso la camioneta en mitad de la nada y nos tuvimos que regresar caminando los más de 10 kilómetros sin más luz que la luna. Mi papá regañándote por las historias que contabas asustándonos a mi hermano y a mí, pero cómo moviste las cosas para que armado sólo con mi rifle de balines hicieras sentirme el más importante de aquella escaramuza. Ese día aprendí contigo y mi papá, a los 6 años, a caminar de noche en el monte.

Me quedo con aquella camioneta “El Camino” azul, o la 3 toneladas con jaula que no le pedía nada a ningún parque de diversiones, con la camper. Me quedo con el columpio que nos pusiste a Guille y a mí en el árbol del patio de la Hacienda. Los juguetes que los Reyes Magos nos dejaban en tu casa. Sabiendo cuánto me gustaban, cuánto disfruté aquel helicóptero negro con amarillo que me regalaste.

Esa vez que me descubriste sentado en tu casa hipnotizado con la música, te quedaste junto a la tornamesa (debajo de la cabeza de toro) dirigiendo la orquesta y gritando teatralmente ‘¡bum!’ cuando correspondía, repitiendo la pieza cuantas veces quisiera aquel escuincle. Recuerdo perfecto el estuche de ese LP: azul con unas letras ‘raras’ y un recuadro al centro con sólo un cañón de infantería. Te debo la Apertura de 1812. Entera.

Me quedo con las historias, que, qué bruto, qué chingón contabas a quien fuera, donde fuera. Esas veces que me iba con mi hermano a buscarte en tu casa para preguntarte por las historias ‘raras’ del rancho que mis papás no querían contarnos. Gran cuate del charro negro, de los pasos en el tapanco, de la señora de blanco. ¡Cuánto te han de extrañar!

Me quedo con esas desmadrugadas para acompañarte en la ruta a recorrer ranchos ganaderos recolectando leche bronca hasta casi Romita. Ese árbol de zarzamora en fruta que tanto nos gustaba y, aunque creías que no me daba cuenta, mantenías esos clientes tan malos, mal cumplidos y tan poco rentables, sólo para ir donde estaba el árbol y cómo cuando dejó de dar fruto, los mandaste al diablo. Las mejores zarzamoras que he probado en mi vida, y a la fecha lo sostengo. Tantas playeras que eché a perder, jajaja, y tú preocupado por la regañada que nos iba a poner –parejos– a ti y a mí mi mamá. Por cierto, me quedo con esos 50 pesos que perdí en la apuesta por no poder cambiar sin clutch esa Chevrolet blanca (que nunca me dijiste que no se podía porque la caja estaba tan jodida).

La Prieta Mascarilla. Esa gran yegua que tanto querías. La que a sus veintitantos años aún galopara desde el potrero hasta donde estabas llamándola con su particular silbido, para –ya muy vieja para ensillarla– sólo acariciarla y darle terrones de azúcar.

Me quedo con la vez que fuimos entre varios primos a la casa grande de la Hacienda (aún en ruinas) a ‘explorar’ a media noche con una triste linterna y se te hizo simpático entrar a hurtadillas para hacer sombras y ruidos raros, y llegar tan campante cinco minutos después de nuestra despavorida carrera de regreso a la casa. Nosotros con el corazón en la mano, los ojos desorbitándosenos y sin aliento. No podías hablar de la risa, me acuerdo. Te queríamos agarrar a patadas, me cae.

Cómo contabas con una mezcla de coraje y risas, cuando mi abuela descubrió que te ibas del rancho al DF en moto, y acto seguido te confiscó la moto para venderla. Todo por culpa de esa gringa metiche (o ¿era francesa?).

Me quedo con esas noches que te caía una guitarra en las manos. Cuando fui con mis ‘amigos chilangos’ al rancho. No había una sola persona en la sala que no estuviera llorando de la risa. Tu anécdota con Paquita la de Barrio en aquella fiesta de San Miguel. No sabes, pero varios de esa noche hicimos nuestro aquel tono tan tuyo imitándole su frase “Ah, ¡qué vieja tan pendeja!”. Habían ron, risas y guitarra, ‘Pos la seguimos hasta que se acaben, ¿no?’ decías. Poeta, genio y figura. Guitarra, por cierto, que en tan buenas manos dejaste.

Me quedo con lo que has sido para mi papá, quien estando contigo siempre supo que tenía la espalda cubierta. Pastejé, San Gregorio o Tupátaro. 38 al cinto, carabina en la camioneta, y cáigale quien guste, aquí nos arreglamos. Una salva y tres balas normales en el tambor del revólver, ‘de advertencia, no hay que ser tan culeros’, quinta y sexta expansivas ‘es que luego hay gente muy terca’ decías.

Las pinturas firmadas como ‘Alcocer, el joven’. Pintor, poeta, genio y figura. ¡Joder!
Me quedo con esa comida en la terraza del DF contigo y mi papá el año pasado, cuando viendo las fotos de aquella exposición te acercaras a decirme “ya chingaste, me cae”.

Me quedo eternamente agradecido por el esfuerzo de haber ido a esa comida, ese particular gesto tan de hermanos con mis papás; tan de amigos conmigo y mis hermanos.

Y antes de que todo se fuera al diablo, ¡cuánto disfrutamos en la hacienda esa patona de ron Antillano antes de que acabara el año! Guitarra en mano y varias vueltas a la tienda por ‘parque’. Nos reímos tanto de todo esto hasta que nos dolió. Gracias, en serio gracias.

pepe y la guitarra

Y fue en la casa de Coyoacán, ese castillo cimentado en la historia familiar, que a todos nos sobrevivirá, rodeado por los que más querías y te queremos, fue entre todas las historias que atesora esa casa donde diste el paso a convertirte en otro de sus propios legados. Allí. Entre cuadros y grabados. Entre historias y jacarandas. Entre botellas y cantera labrada. Donde los sueños personificados de los de antes, que allí mismo nacieron, te despidieron cantando tomándote de la mano. Es eso mi querido Pepe, eso, es lo que tanto te envidio.


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8 thoughts on “Genio y figura”

  1. Carajo, B3co. Tienes una manera de escribir que hace que tus historias parezcan nuestras. Que las sensaciones sean tan vívidas para quienes te leemos, como lo son para tí. Saludos y que la memoria no falle nunca, ni las ganas de dejar huella.

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