La Medina (Marruecos) (6 min read)

Una Medina es la parte amurallada de una ciudad árabe. Originalmente la ciudad completa, ahora sólo un barrio, o barrios, o gremios, o callejones, el mercado, o… todos los anteriores, mientras estén dentro de la muralla. En resumen es un laberinto amurallado (aunque ¿cuál no lo es?). La muralla. La muralla y sus puertas, Bab’s. Bab Bojlouda o Bab Guisa y 12 más en Fez. Bab Marrakesh o Bab Doukkala en Essaouira. Bab’s. Puertas que al conectarse a base de callejones, dan algún sentido básico de orientación a vías importantes. Algunas puertas conectan con la parte moderna de la ciudad, algunas, como en Essaouira, dan al mar.

La organización urbanística de la medina es un mero accidente caótico, en el mejor de los casos. No existen esquinas rectas, ni calles largas y menos reglas de tránsito. En algunos casos la mejor solución (razones familiares la mayoría de los casos) es conectar una casa con la del otro lado del callejón, formando un puente a metro y medio sobre el suelo, creando un túnel, pero, eso sí, nunca impidiendo el paso público.

En la medina no te pierdes, la Medina te traga. Siempre. Y cuando se ha acabado todo tu dinero, paciencia y está por terminarse tu esperanza, te deja en paz, aunque no necesariamente te lleva a donde quieres. A veces, según su propia opinión (porque la medina está viva), decide que te puede interesar más ese museo escondido, o el taller del mejor tejedor y allí es donde te deja. Es a la izquierda, ¿o era a la derecha? Da lo mismo. No llegarás a donde crees querer llegar. Según los habitantes, fortuitos guías a toda hora y en todas partes, en el mejor de los casos todos los callejones están cerrados… menos el que lleva a la tienda, museo, tenería, taller para el que trabajan. En el peor de los casos que te señalen la salida te cuesta 20 dirhams.

¡Amigo! where are you from? Hashish? ¡Barato! Here, cheap!” – “La! La sucræn.” (no, no gracias!) – “But my friend, tobacco is bad, chocolate good.” – “La!” (No!) – “Mon ami, seriously. Tres bien!” y la ‘conversación’ puede durar 10, 15 minutos o hasta que usas la frase mágica (obviamente mega agresiva): “Sir·dabá!“.

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Eso sí, pierdes toda ventaja si pagas algo sin regatear, lo que sea, 10 ó 20 dirhams, a veces consigues hasta un 50% de ‘descuento’. “My friend, lets get to a democratic price together, something good for you, me and my 7 children. And then you tip me for making you a good price. Its not for me but for my children, you know?” O, tras varias medinas de experiencia, aprendes y tras escuchar el precio dices ‘el siguiente es el último precio que escucho y me voy’. Funciona.

Como parte viva de la historia de cada ciudad, la medina te la va susurrando mostrándotela a flor de piel a través de sus artesanos. Alfareros, hiladores, talladores, carpinteros, tejedores. Todos conviven dándole vida a la medina sacando sus talleres a las calles, así dependiendo la zona y la hora, la medina es un atelier. Los hiladores tiran líneas tan largas como lo permita el callejón de su taller para trenzar los hilos. Seda, lino o algodón. Seda Marroquí, de un cactus muy parecido (a la vista de un poco conocedor) al agave mexicano. Los carpinteros toman la vía con sus mesas de trabajo, los locales son tan pequeños que la materia prima tiene que prepararse afuera, para que los tablones de 5 metros quepan adentro.

En muchas medinas los coches sólo pueden entrar unos 50 ó 100 metros para el movimiento de mercancía (Marrakech es una excepción, pues circulan por todos putos lados). Pero aún sin coches, en la medina siempre corres el riesgo de ser arrollado, ya sea por una carretilla, moto, una carreta tirada por un burro o la siempre presente horda de turistas.
A veces, entre todo el trajín de andar a temperaturas saharianas, logras sentarte en una terraza a tomar un té de menta (el delicioso ‘moroccan whiskey‘), por un café o sólo una botella de agua bien fría mientras recuperas el aliento. Tras declinar todas las ofertas de guías, ya solo con tu té te das cuenta que como diría de París ludita, la medina te observa detenidamente, te mide mientras la miras.

La medina es de algún color: rojizo (Marrakech), blanco (Fez) o azul (Chefchaouen). Pero éste sólo la caracteriza. Todos los colores están contenidos en la medina. Todos.

La medina es fresca. Aunque te puedes orientar a veces más fácil por afuera de la muralla, cuando estás a cuarenta-y-tantos grados, consideras seriamente entrar a una perdida segura en el laberinto de la medina a sólo 37º. Al pasar entre callejones y túneles, la sensación de doblar la esquina y sentir cómo el aire te pega de frente. Fuerte. Fresco.

La medina duerme la siesta y ese es su momento de debilidad. Aunque no baja la guardia por completo, es el momento de atacar, es más fácil caminar. Menos gente.

En la medina todo pasa rápido, a veces, sin darte tiempo a responder. En la medina, sin importar la hora, no hay ISO abajo de 800 que valga.

En una medina se planea llegar al menos una hora antes de cualquier compromiso, para llegar sólo una hora tarde.


Lección ¿aprendida?

Por curioso, valiente y un poquito pendejo, en la medina de Tánger me salí varias cuadras del radio turístico, quería ir más allá. Y eso hice. Caminaba por callejones de la periferia y obviamente me perdí. “Bien beco, ¡bien!” Por más que uno tenga práctica en encarnar el papel del no-perdido, un wey de barba roja, pantalones cargo y mochila al hombro a 2kms del centro de la medina: no es de allí. A (literal) un paso de entrar al único restaurante que encontré (el bar como centro de orientación, ya lo había aprendido en Alemania varios años antes) se me acerca un señor y me toma del brazo y me susurra «no». Aunque lo había visto cerca, me tomó por entera sorpresa, me zafé de él pero me tranquilizó un poco, todo a voz baja “no quieres entrar allí” y señalaba el bar con el mentón mientras del brazo —me había vuelto a tomar— me alejaba. “Hablemos, somos amigos.” Todo fue muy rápido. No entendía. Estaba completamente alerta y a la defensiva pero su actitud me tranquilizaba un poco, además que íbamos hacia Petit Socco (centro del turismo en Tánger). Avanzamos un poco más y me dijo “en ese lugar los de fuera no son bienvenidos, no son gente buena”. Me explicó con palabras muy cortas que era centro de contrabandistas o delincuentes. Llegamos a la plaza, con una palmada en la espalda y un Fi Amaan Allah como despedida me quedé frío.

Mis apellidos

“Al-ksar Medina” significa: el castillo/fortaleza dentro de la muralla.
[UPDATE 30/08/2012]
Un extracto de este post, junto con las fotos de acá, aparecerán en la edición de septiembre de Architectural Digest México, la transcripción del artículo íntegro y sus fotos, están por acá.


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2 thoughts on “La Medina (Marruecos)”

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