De Julián Meza

Texto de Susana Patiño.

Mi librero está lleno de huecos.
Típicamente sobre sus maderas ya no cabe un libro más, pero esta noche he ido sacando y apilando algunos que frente a mí conforman una gran torre de títulos unidos por un mismo hilo conductor. La pila tiene más o menos mi estatura. Ahí están Coetzee, Magris, Calasso, Nabokov, Hrabal, Pavic, Kundera, Musil, Cohen, Morin, Yourcenar, Tournier, Roth, Barnes, Wilder, Mutis, Marias, Larsson y el autor de esta caótica combinatoria: Julián Meza.
   Sé que los determinismos sólo se manifiestan en un plano teórico y que tal vez habría conocido a estos autores por otro medio, en otro lugar, pero al ver mi biblioteca mutilada no puedo más que pensar en Julián como la puerta que dio entrada a mi vida a la pasión por la lectura. Julián, el maestro que me enseñó a leer cuando yo tenía 21 años.
   Recuerdo que entonces no entendí la mitad de los textos que leímos en clase; recuerdo además que sin embargo entregué un ensayo –bastante mal hecho– acerca de los papiros del mar muerto al finalizar el semestre, pero menos se borró de mi memoria esa lista de autores que él iba compartiéndonos de forma generosa a lo largo de sus exposiciones; cada autor, cada título y su deliciosa reseña iban despertando en mí un apetito cada vez más incontrolable. Yo no los apuntaba todos, sólo aquéllos que iban diciéndome algo. Seguro que hoy algún ex compañero está más inmerso que yo en la literatura rusa; seguro que habrá muchos otros aún atrapados en el universo Borgiano, pero entonces Julián daba a cada uno la dosis adecuada, un espejo cristalino en forma de un manojo de papeles.
   ¿Qué paso con Cerdeña? Todo ha quedado inconcluso a partir de hoy, a partir de media noche, cuando me enteré de que no habrá más cenas en la Alcantarilla ni desayunos en la Plaza de San Jacinto, de que nos quedamos sin revista interdisciplinaria, de que mi novela se quedará sin su primera lectura como dictaba mi ambicioso deseo y que nunca sabré si él compartía mi opinión acerca del evidente plagio de Larsson sobre “La Quinta mujer” de Mankell.
   Contemplo agradecida la herencia nunca escrita de Julián en esta torre de libros que se ha convertido en un pilar de mi vida. Hay un secreto en la reacción en cadena que tan particular selección provoca, un maridaje literario que invita a probar nuevos autores y a seguir viviendo en este eterno carnaval de las letras en el que Julián se había instalado de manera permanente.

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